Ante los perjuicios que produce el consumo de sal refinada, hay mecanismos defensivos que debe desarrollar el organismo para intentar neutralizar esta agresión cotidiana.
Como hemos visto, el problema tiene dos facetas principales e igualmente graves: la pésima calidad (física, química y energética) y la elevada cantidad que se ingiere.
El consumo principal de sal refinada proviene de los alimentos industrializados, que, como vimos, la utilizan por sus efectos gustativo y conservante. En este aspecto no hay que pensar solo en conservas o típicos productos salados (aceitunas, jamones, quesos, embutidos, fiambres, papas fritas, caldos en cubos o polvos, etc.), sino en alimentos aparentemente inofensivos (panificados, o el «saludable» yogurt diario que tiene cloruro sódico como conservante).
Más allá del desguace provocado por La refinación, el principal problema de la moderna sal de mesa para la salud humana, es justamente aquello que la hace un inapreciable ingrediente de la química industrial: su reactividad.
Frente a la amenaza que representa este compuesto reactivo (cloruro sódico), el organismo se ve obligado a poner en marcha varios mecanismos de defensa
RETENCIÓN DE LÍQUIDOS
Un primer mecanismo de neutralización es la hidratación y se basa en el empleo de agua intracelular o plasma. Este precioso elemento -un recurso limitado en el organismo y originalmente destinado a otros fines fisiológicos- se usa para compensar iónicamente la reactividad de las moléculas de cloruro sódico.
Aquí también podemos encontrar el verdadero origen de otra difundida problemática moderna: la retención de líquidos.
Esto deriva en aumento de peso y mayor exigencia para órganos (corazón, hígado, riñones), que deben trabajar en exceso.
La consecuencia a mediano plazo es la paulatina deshidratación celular y corporal, también conocida como senilidad latente. Beber agua no basta para reponer dicha carencia, pues el agua intracelular no es únicamente H20, sino también ios restantes 86 elementos que forman el plasma marino.
En síntesis, por un lado el organismo tiene un nefasto exceso de cloruro sódico y por otro, una grave carencia de sal completa y correctamente estructurada.
OBESIDAD Y CELULITIS
El cloruro sódico que no logra eliminarse por vía renal, al permanecer en el cuerpo, genera un segundo mecanismo de neutralización: la captura lipógena.
El organismo «reclama» células grasas para «encapsular» al cloruro de sodio «vagante».
Como consecuencia de este segundo mecanismo de neutralización, el organismo va formando un tejido esponjoso que deposita en la hipodermis, el estrato más profundo de la piel. Este edema acidulado genera dos consecuencias por demás conocidas y temidas: sobrepeso y celulitis.
Puede afirmarse que este proceso de neutralizar sustancias tóxicas (no solo el cloruro de sodio) en el tejido graso, es una de las causas profundas de la obesidad, aunque sea algo difícil de aceptar a causa de nuestro condicionamiento cultural.
Concretamente: más toxinas quedan en el organismo por colapso de los emuntorios, más incremento de grasa corporal. O dicho de otro modo: la toxemia corporal genera obesidad.
RESUMEN EXTRAIDO DE EL LIBRO: LA SAL SALUDABLE
AUTOR: NÉSTOR PALMETTI
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